Hace unos meses estalló la crisis del petróleo en un aumento considerable del coste de la gasolina, entre otros servicios, como la luz o el gas, que vieron cómo las facturas se multiplicaban sin control. A pesar de las medidas que desde la administración pública se tomaban para combatir esta tendencia alcista, pocas han sido lo suficientemente contundentes como para frenar la escalada. En lo que llevamos de año los precios no han dejado de subir, llegando a una media de 2,27 euros el litro de combustible el pasado mes de junio en nuestro país. Irremediablemente este hecho provocó, casi de forma inmediata, un cese en la actividad de muchas empresas, incapaces de asumir estas elevadas cifras, con las consiguientes pérdidas de producción y clientes. Un aumento en los costes conlleva, por otro lado, la subida de los precios de los productos o servicios ofertados, lo que hace más difícil, aún, afrontar esta delicada situación.

El modelo de trabajo basado en la centralización de las compras permite mantener el servicio y los costes sin prácticamente variación, pues las distancias a recorrer entre las delegaciones, más de 50 repartidas por toda la península, y el cliente final son cortas y asumibles ante cualquier contratiempo. Si, por el contrario, cada una de las adquisiciones tuviese que recorrer el país, con total seguridad, el proceso de entrega sería el gran punto negro a superar, por lo que se habría de proceder, como en el grueso empresarial, a un aumento en el precio del producto. De esta forma, el consumo de combustible se reduce de forma drástica, permite mantener los niveles tradicionales y, por ello, se emplea una menor cantidad de carburante. Pero, ¿cómo afecta esto al medio ambiente? El transporte terrestre necesita menos combustible que otros medios, como el aéreo o el marítimo. Las cortas distancias a recorrer y las condiciones del trayecto favorece el descenso en las emisiones nocivas para el planeta.

Tanto la gasolina como el diésel empleado arrojan a la atmósfera nitrógeno, CO2, agua, hidrocarburos, óxidos nítricos y monóxidos de carbono, además de dióxido de azufre y hollín, según el caso. Los camiones, a diferencia de los turismos, pueden llegar a un consumo de en torno a 40 litros cada 100 kilómetros. No es lo mismo, entonces, un transporte interurbano que tener que realizar una entrega a 400 kilómetros de distancia, contaminando, en este segundo caso, hasta diez veces más. Mantener unas distancias determinadas puede, incluso, permitir el uso de transportes más pequeños, como las tradicionales furgonetas de reparto, con un consumo aún menor, en torno a los 12 litros. Así, las características de la centralización de las compras y la existencia de numerosas delegaciones ahorran al planeta golpes contaminantes que pueden ser determinantes para el futuro de todas las especies que en él habitamos. En nuestra mano está trabajar de forma eficiente para nosotros mismos y para los demás. Soluciones que, además de ahorrar y reducir costes, nos hacen ser más coherentes con nuestro entorno y nuestra calidad de vida.

Las cookies nos permiten ofrecer nuestros servicios. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies. Política de Cookies ACEPTAR

Aviso de cookies